El pasado lunes 21 de febrero de 2022, a la edad de doce años y dieciséis días, murió Cottish, amo y señor del Condominio Santa Mónica y sus alrededores —según él. Un schnauzer mini, lanudo y algo chaparro —‘!Tiene chinos!’ Dijo alguien al verlo— que, sin embargo, no distinguía entre su tamaño y el de otros perros, ¡y menos si eran perras! Recuerdo cómo se cansaba persiguiendo en el parque a dos perras de raza Gran Danés que vivieron por este rumbo unos meses.
Como amo y señor del condominio y sus alrededores, mantenía una vigilancia estrecha de sus terrenos,
aunque de vez en cuando descansaba en su jardín privado.
Con el tiempo, su sueño se cumplió, pues llegó una perra a la casa, a la que mi hijo nombró Hera, como la esposa de Zeus en la mitología griega. Por supuesto, Cottish apreció la alusión a su parecido con Zeus —aunque fuera solamente por la barba— pues para él ella era su perra.
Los dos se enfermaron de erliquiosis, una infección de la sangre producida por el parásito llamado erliquia, que se transmite mediante picaduras de garrapatas infectadas. Ella estaba joven y fuerte, mostró síntomas muy claros (sangrado por la nariz) y fue diagnosticada y atendida rápidamente. Él ya tenía sus años, tenía algunos problemas de salud y sus síntomas no fueron tan claros. A la larga (dos meses, aproximadamente), le costó la vida.
Siempre lo extrañaré porque, antes que nada, era mi perro. El primero en asomarse a la puerta cuando yo llegaba y el que esperaba a que dejara la computadora y me subiera a dormir. Juntos caminamos muchos, muchos kilómetros; jugábamos a que yo lo quitaba de su tapete o cojín y a que él se resistía, y con frecuencia me marcaba de su propiedad restregando sus lagañas contra mi ropa. Porque él era mío tanto como yo era suyo.
Te adelantaste, Cottish, pero me dejaste la cabeza llena de recuerdos, el corazón lleno de emociones y, ojalá, muchos aprendizajes. Ya te alcanzaré, cuando mis cenizas se encuentren con las tuyas y nos recuerden juntos.
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