Ir al contenido principal

Doña Nico

Fotografía de Nicolasa Gamboa Vázquuez
Este año ha comenzado y sigue su curso sin Doña Nico, una bella veracruzana que se quedó huérfana de padre y madre cuando era pequeña y trabajó duro desde entonces para ganarse el pan de cada día, mismo que repartió con gusto y amor a quien lo necesitara.

Nicolasa Gamboa Vázquez nació allá por 1939 en una ranchería conocida como San Nicolás, cerca de Tlacotalpan, Veracruz. A su papá, Mateo Gamboa, lo mataron cuando ella era niña y su mamá murió meses después, al dar a luz, de modo que vivió el resto de su niñez y los primeros años de su juventud con su abuela, María Vázquez, ganándose la vida con su trabajo en casa y fuera de ella, a costa de su educación primaria.

Con varios traumas que acarreó toda su vida —no sólo físicos, como su pierna recortada, sino de insignificancia por su pobreza y falta de educación— y sin modelos de padre y madre que seguir, hizo lo que pudo con nosotros, sus hijos. Nos dio lo que ella no tuvo y deseó: educación como única obligación, todo el tiempo restante para jugar y una madre dedicada a proveernos de todo lo que necesitáramos. A cambio, pasó innumerables horas atendiendo su tienda, Abarrotes Laury, despachando “por la ventana” en días festivos y fiestas de guardar.

La casa siempre estuvo llena de familia, tíos y tías, primas y primos, a quienes mi mamá les daba la oportunidad de estudiar o trabajar en Coatzacoalcos, entonces una ciudad boyante gracias la explotación petrolera en el sureste de México. Llegó incluso a hospedar a un muchacho desconocido, originario de Chiapas, debido a que se encontró a su mamá en la cola de espera para la inscripción de una sobrina en la preparatoria y platicando con ella se enteró que no tenía dónde hospedar a su hijo.

Me acuerdo muy bien que cuando pavimentaron la prolongación de Avenida Juan Escutia, algunos de los obreros, en su mayoría originarios de Chiapas, venían a la tienda a la hora del almuerzo para comprar un Gansito y una Coca-Cola. Mi mamá pensó que eso no era comida y les ofreció venderles un plato de frijoles con arroz, tortillas, chiles curtidos y agua por el mismo precio. A las pocas semanas las aceras alrededor de la casa se llenaban de obreros a la hora del almuerzo.

Como buena jarocha, Doña Nico tenía un lenguaje florido que usaba, sin afán de ofender, lo mismo con sus familiares que con personas ajenas a la familia, lo mismo con sus clientes que con sus proveedores; lo que llevó a un tendero vecino a quejarse diciendo ‘Yo los atiendo bien, y no vienen; esa mujer les mienta la madre, y ¡allá van!’. Con el tiempo se volvió devota católica y moderó su lenguaje, pero nunca lo suprimió por completo. Mi último recuerdo de ella es de cuando fuimos a visitarla en diciembre de 2016. Ella estaba recostada en su cama y yo estaba dándole de comer a mi perro cuando mi hermana Paty dijo ‘¡El Hermano Oso está cantando salmos!’ y mi mamá, entusiasmada, preguntó ‘¿Cuál salmo?’ Entonces yo me paré bajo el arco de la puerta de su cuarto y canté:

‘Vamos a darle de comer al Cottish,
vamos a darle de comer al Cottish.

Porque Cottish es muy lindo,
porque Cottish es un buen perro’.

Mi mamá me miró con sus ojos “enojados” y me dijo quedo ‘¡Chinga a tu madre!’ —mi hermana Paty solía obedecerla de vez en cuando y le daba un golpe en el brazo.

Murió el 7 de abril de 2017 de cáncer de hueso, pero lo que más le dolió fue la artritis degenerativa que la incapacitó por varios meses para hacer lo que había hecho por tantos años: valerse por sí misma. Cuando me habló para decirme que le habían detectado cáncer estaba feliz, porque al fin sabía de qué se iba a morir y ya no faltaba mucho.

Me dio todo lo que pudo y de la manera que pudo y consideró mejor, y me dejó su ejemplo como guía para un año como éste.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Ailin

Te mataron Ailin, te mataron con pistolas de violencia. Porque tu ser dijo que no a llevar de otro modo su existencia. Terminaron así tu corta vida. Acabaron de golpe con tus sueños. Eres héroe, Ailin. Bien merecida la protesta, la ovación, el duelo. Pues te mataron, Ailin. Te mataron.

La niña de mis ojos

 ¿Cuándo se romperá, si un día, el hechizo que anidado en nuestras frentes se mantiene, nutrido por aquello que la vida hizo con nosotros, bien al azar o adrede? ¿Será que volveremos a mirarnos con alegría en los ojos y los labios? ¿Cuándo podremos, finalmente, abrazarnos, libre el corazón de humores ácidos? Extraño tanto la niña de mis ojos, la mirada de ilusión que me ofrecía, el orgullo con el que a mi lado andaba. Le cuesta tanto creer que yo la amaba, que mi corazón de amor por ella ardía tanto como hoy se consume en sus enojos.