Esta noche tengo ganas de escribir. De decir algo, aunque sea solamente a mi computadora. Porque hablar con tanto ruido no conduce a nada. Solamente al escribir se llega a algo.
Me observo seleccionando mi ambiente de trabajo para ponerme a escribir. Pensando si uso Evernote, pero lo estoy dejando por RoamResearch, que no es bonito para escribir; solamente para tomar notas. Así que mejor abro un procesador de textos y estoy escogiendo el tipo de letra que me va a hacer sentir mejor; hacer que mi texto se vea más bonito… Muy lejos estoy de los escritores de verdad, los que usaban una máquina de escribir o los que usan un editor de textos, para quienes la apariencia no es importante, sólo el contenido. Mientras a mí me gusta ver la forma del texto fluir en la página.
Hace un rato abrí Geogebra por error —porque quería abrir Calibre— pero aproveché para calcular la fecha en la que mis dos perros iban a tener la misma edad. El resultado fue en casi veinte años; es decir, nunca, porque uno ya tiene diez y el otro va para cinco. Sin embargo, el ejercicio sirvió para darme cuenta que tengo perros para diez años. Solamente diez años. Nada más que diez años, o menos.
¿Qué son diez años a fin de cuentas? Observo los diez últimos de mi vida y me doy cuenta que mucho tiempo en ellos transcurrió sin sentido. En un escritorio, pretendiendo que lo que hacía era importante. En un auto, pretendiendo que llegar era importante. En una casa, pretendiendo que mi presencia era importante. Pretendiendo vivir. ¿Por qué eso va a cambiar en los siguientes diez años? Fin de la inspiración.
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