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Por la mañana

Escucho el ruido de la escoba barriendo las hojas secas del guayabo y me preguntó ¿serás tú? Atisbo por la ventana y te veo, con tu pelo negro y alaciado, relativamente corto, tu blusa sin mangas, tus pantalones cortos y tus sandalias, limpiando el espacio frente a nuestra casa en una mañana que inicio fresca y poco a poco va entrando en calor. La sombra del guayabo te cobija, dejando pasar el brillo del sol solamente en pequeños trozos que se dedican a acariciarte. Me dan ganas de salir al balcón para verte bien, abiertamente; para que mi subconsciente te huela y el tuyo tome conciencia de mi presencia, voltees a verme y establecer así el principio de una conversación que pueda llegar lejos, llenar el día de frescor, hacerme feliz. Más no lo hago. Solamente regreso a mi computadora a escribir esto.
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Mi pluma

 Llené mi pluma de tinta y se me antojó escribirte algo. Algunas frases bonitas; todas dulces, nada amargo. Que tus cejas son hermosas y tus ojos muy bonitos. Que tu boca me provoca darte un beso, aunque chiquito. Que el olor de tu cabello me despierta los sentidos y cuando bajo por tu cuello mi voluntad ya he perdido. Mi pluma tiembla en mis manos que buscan rozar tu piel. Dejo al fin, enamorado, mi corazón en papel.

Hera en su madriguera

  Érase que se era y quién hoy en día la viera: una Hera en su madriguera disfrutando su flojera. ¡Quién Hera fuera!

Ailin

Te mataron Ailin, te mataron con pistolas de violencia. Porque tu ser dijo que no a llevar de otro modo su existencia. Terminaron así tu corta vida. Acabaron de golpe con tus sueños. Eres héroe, Ailin. Bien merecida la protesta, la ovación, el duelo. Pues te mataron, Ailin. Te mataron.

La niña de mis ojos

 ¿Cuándo se romperá, si un día, el hechizo que anidado en nuestras frentes se mantiene, nutrido por aquello que la vida hizo con nosotros, bien al azar o adrede? ¿Será que volveremos a mirarnos con alegría en los ojos y los labios? ¿Cuándo podremos, finalmente, abrazarnos, libre el corazón de humores ácidos? Extraño tanto la niña de mis ojos, la mirada de ilusión que me ofrecía, el orgullo con el que a mi lado andaba. Le cuesta tanto creer que yo la amaba, que mi corazón de amor por ella ardía tanto como hoy se consume en sus enojos.